Las películas de Disney no son tan dulces e inofensivas como parecen. Suponen un gran problema para las mujeres que ya no son niñas. Y es que en ellas se refleja una visión del amor totalmente idealizada. Las chicas crecemos con una idea perfecta del amor, de lo bonito, mágico y maravilloso que es el amor.
Cuando una niña se hace mayor, empieza a conocer a chicos más allá de compartir con ellos una partida de escondite. Pero no sólo eso. Se enamora. Y perdidamente. Lo malo es que busca un príncipe azul que no existe. Buscamos eso que las películas de Disney nos han dejado grabado a fuego: un apuesto y atlético joven va a venir a salvarnos, nuestra vida va a ser maravillosa y vamos a ser muy felices y nos van a sobrar las perdices.
¡Qué engaño más grande! Ni vida de ensueño en un majestuoso castillo (más bien 30 metros cuadrados con vistas a un patio lleno de basura), con un sueldo irrisorio, y, por supuesto, nada de apuesto príncipe que te de un beso en la mano , que te saque de tu aburrida rutina te libere de la bruja y te lleve en carruaje al Reino de
Nunca Jamás.
Las películas de Disney hacen que todo parezca de color de rosa. En ellas aparecen diversos tipos de Don Juan: moreno, alto, valiente, como pueden ser Eric el de la Sirenita o Phillip de la Bella Durmiente. Todos ellos atléticos y con un pelo precioso, nada de entradas ni barba de tres días.
La imagen que proyectan las películas de Disney es demasiado perfecta para ser real. Todos, chicos y chicas, guapísimos, como modelos de pasarela. Incluso en el caso de La Bella y La Bestia, acaba apareciendo un apuesto príncipe.
No es que el amor no exista,no. El amor existe, y es maravilloso, pero no con la imagen que proyecta la factoría Disney. Porque las niñas nos hacemos mayores, nos llevamos palos, porque nuestro príncipe se
acaba convirtiendo en rana, y no al revés.
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